ARTEMISA (I)

Publicado: 4 junio, 2013 en Relatos
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Isaac Smithson estaba en un cuarto de la limpieza. Decir cuarto sería ser demasiado generoso, digamos mejor que el Dr. Smithson se encontraba en un zulo de la limpieza. El viejo doctor se las había ingeniado para sentarse en el suelo del reducido cubículo. Su espalda se apoyaba contra la oxidada puerta y su cabeza descansaba sobre lo que parecían restos de una vieja fregona. Isaac tenía los ojos cerrados y respiraba con dificultad, no estaba dormido.

Un ruido en el exterior sobresaltó al doctor que, al moverse, se llevó las manos al abdomen con una mueca de dolor. La luz en el cuartucho era casi inexistente pero no podía ignorarse la sangre que manaba del costado del doctor. Smithson trató de incorporarse un poco pero eso sólo consiguió agravar la hemorragia que parecía imparable.

-Joder, Julia- Dijo resignado.

Ese olor, entre dulzón y metálico, típico de la sangre empezó a inundar el cuarto de la limpieza. Los chorros se filtraban intermitentemente entre los dedos que pugnaban por detener el flujo. No había nada que hacer, las pausas entre sangrados sólo significaban una cosa: la bala había acertado en una arteria.

Al Dr. Smithson parecía costarle cada vez más trabajo coger aire, las fuerzas lo abandonaban cuando todo dependía de él. Qué bromas más crueles gastaba el destino, él no debería estar allí, en Austin, había ido como un favor personal y ahora la vida se le escapaba entre los dedos, literalmente.

El ruido sonó más cerca, era el sonido de pasos y de puertas abriéndose. Lo estaban buscando para rematar la faena. Isaac sabía que estaba condenado a terminar sus días en un cuchitril asqueroso y bañado por su propia sangre, no podía librarse pero podía proteger el proyecto. Con gran esfuerzo separó una de las manos que contenían la hemorragia y se la llevó al bolsillo de su americana. En cuanto la sangre vio que había menos resistencia comenzó a manar más profusamente, le quedaban minutos.

Los temblorosos dedos del doctor sacaron un viejo teléfono móvil, de los que todavía tenían teclado, y trataron de pulsar varias teclas. Con un chapoteo el teléfono aterrizó en el charco de sangre, Isaac no había podido sujetarlo. A la vez que lo recogía del suelo, una fuerte luz procedente de una linterna se filtró por el quicio de la puerta.

La frente del Dr. Smithson estaba perlada en sudor, sus dedos trataban de escribir la palabra que pondría en marcha todo el mecanismo, sólo tenía que aguantar un poco m…

No sonó como suena un disparo corriente, por supuesto que no, eran profesionales y utilizaban armas con silenciador. El disparo había atravesado la puerta a la altura de la cabeza de Isaac, la bala había pasado limpiamente por su cráneo y, donde antes estaba el ojo izquierdo del doctor, ahora había un humeante agujero del que salía la poca sangre que quedaba en su cuerpo.

La puerta se abrió empujando el cuerpo de Isaac y haciendo que cayera al suelo encharcado. Una mano enfundada en un guante de cuero negro recogió el anticuado teléfono del doctor y lo metió en una bolsa de plástico hermética. Muy lejos, a ocho mil kilómetros de distancia, la doctora Julia Murillo recibía un mensaje en su Smartphone de última generación. El mensaje contenía una única palabra: Artemisa.

                                             Continuará…

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